La voluntad de un poeta puede medirse en relación con su tradición, si esta es pujante; así, se encontraría, aun por azar, un punto de enlace o concurrencia, entre el periplo de la poesia del poeta y la lengua y poesia del pais donde escribe, notable coincidencia -muchas veces oppositorum- para ambos.
La poesia brasileña del siglo XX es una poesia de voluntad descomunal. Se constituye a sí misma, en un esfuerzo de espacio sólo comparable al de la poesía norteamericana del siglo XIX y XX.
Régis Bonvicino se aprovisionó de tal descomunalidad. O más exacto: él, como hombre y poeta, es descomunal en sí mismo, para sí mismo. Tanto si reduce los versos, como si los amplifica, el músculo en el ritmo del que hablaba Nabokov no lo abandona. Y es porque tiene “daimon”.
No todos los poetas tienen “daimon” ni tienen por qué tenerlo. Pero ay de aquellos que poseen o son poseídos por el “daimon”. De la oscuridad a la luz su arco de oscilación no cesa. No sacan ventaja de la luz, o de la oscuridad, aisladas por sí mismas, como compartimentos estancos. No gritan “Luz más luz!” ni salmodian provocando la asistencia de lo oscuro. Eso sí: se les ve deambulando en sus apartamentos castigados por el “daimon”. Y por las calles, de nuevo castigados por el “daimon”.
Entonces su poesia es el trazo a cuchillo o pequeña dentellada de este “daimon” que antes de salir vencido deja su marca. Poesía, incluso, que podría escribir Bonvicino en las paredes de su Sao Paulo. Como un obrero, castigando el espacio público, y cómo no, también el privado. Descomunal empresa que pasa por la cabeza de Bonvicino, no pocas veces. Cabeza poderosa, diría el Aleijandinho, acariciando el espesor de la argamasa.
Rolando Sánchez Mejías
Barcelona, 9 de Agosto del 2008