Eduardo Milán
A PROPOSITO (OTRA VEZ) DE LA POESÍA DE REGIS BONVICINO
La poesía de Régis Bonvicino se alimenta del movimiento del mundo entregado en imagen. Esa imagen es captada de un rápido trazo o construida por no menos rápidos desencadenamientos estróficos. Lo que parece en Bonvicino ( Sao Paulo, 1956) encuadramiento estrófico es la utilización de la estrofa como cauce donde el agua del poema fluye mejor. Los cortes, entonces, ofician como aspiraciones de una larga respiración: el corte, la suspensión del fluir, es una toma de aliento. La estrofa fluye pero también reenvía: un acto de prestidigitador de naranjas en una esquina. Este reenvío que reordena constantemente la poesía de Bonvicino lo hace encontrar linaje en una cierta poesía trovadoresca o en un cierto dolcestilnovismo. No me refiero a ningún trovador en especial ni a ningún Cavalcanti: la poesía de Bonvicino sólo puede ocurrir aquí, ahora, hoy, en plena crisis de la modernidad, en pleno tembladeral postmoderno, sobre el subsuelo culturalmente inestable de América Latina pero con la mente puesta en la multiplicidad de una multitud a veces quieta, detenida por la cámara, a veces acelerada por una persecución invisible pero sabida, indocumentada, y en un individuo aislado y a la vez sediento de participación. Me refiero al esquema de canción que está presente en la poesía de Bonvicino de manera constante. Si el modelo de canción fuese una nuez de carnadura comprimida de un tiempo estrechamente condensado, la poesía de Bonvicino es el desmadejamiento de ese hilo cuya fusión remite a un origen o núcleo gestante –pero abstractos ambos –algo así como un punto- y cuyo deshilvanarse es la creación múltiple de la cotidianidad. La relación de la poesía de Bonvicino con la vida es entonces por captación imagística o por arrebato: gesto de la mano en el aire que intenta atrapar un insecto o música. Las “prosas” o el fingimiento de prosa de algunos poemas de Bonvicino revelan bien ese mecanismo de envoltura/desenvoltura verbal: la narración, cualquier narración, nace desconfiada de sí misma, se trunca, se reduce rápidamente entre comas, se cancela antes con un desenlace abrupto y sorpresivo, intempestivo como un haikú en una calle de New York – o de Sao Paulo. En cualquier caso, lejos de la serenidad “natural” de la Naturaleza, hábitat del sentimiento que origina esa forma rápida, veloz, feliz. Vivir es rápido, entonces. Y la conciencia de esa temporalidad precaria es el contenido proteico del poema de Bonvicino. Su relación, tal vez por eso, con las cosas es inmediata: una cosa a veces palabra y una cosa a veces cosa –escritas así como para evidenciar aun más su separación y el intento epifánico del poeta por reunirlas sabiendo que las disocia-, las cosas, en su mayoría, flores, todo tipo de flores, rescatan su particularidad. Nada genérico aquí: cada cosa con su nombre como si lo genérico traicionara definitivamente la fragilidad de la existencia. Arisca, a veces violenta, desgarrada e impiadosa con el yo que la emite, la poesía de Bonvicino participa de la convulsión de un mundo en estado de convulsión. Pocas veces en la poesía latinoamericana actual –tanto en lengua castellana como portuguesa- la poesía aparece tan a la intemperie, sin buscar resguardo en la tradición ni cobijo en la estancia previsible, y pasa del silencio de la contemplación (teoría de la hoja, teoría del insecto, teoría del pie y del zapato) al grito del acontecimiento que se inserta en la propia escritura mutilada:
“Montgat, Cataluña:
punhaladas no corpo,
na parede do cuarto
(o cadáverdo equatoriano
degolado, só)
estava escrito
Hitler tenia raó”.
En cualquier caso, un ejemplo radical de conciencia poética aliada a una profunda solidaridad humana, desde la forma que la hace posible.
Eduardo Milán, janeiro de 2006