Nacido en Sâo Paulo en 1955, Régis Bonvicino comenzó a publicar su poesía a mediados de la década de los setenta (Bicho papel, 1975). Además de sobresalir por su espíritu vanguardista, lo distingue su apego y una fructífera relación con la tradición poética norteamericana, en ese sentido sobresalen sus traducciones de poetas como Robert Creeley y Michael Palmer, que sobrepasan el hecho de ser simples traslaciones para transformarse en polémicos diálogos a partir de la esencia misma de la poesía. Igualmente, su profundo dominio de la vena lírica brasileña lo coloca en una situación de privilegio a la hora de fundir la savia de una tradición en la otra. Régis representa una combinación poco común que funde una suerte de obsesión por el lenguaje a la vocación de estar en la calle, involucrándose constantemente en los más dispares eventos. Desde ese desandar ha crecido y madurado su poesía hasta alcanzar lo que me gustaría nombrar “una conciencia mixta”, donde se compensa una cosa con la otra.
Sin dudas, uno de los momentos que marca una suerte de radicalidad y convencimiento en su sentido de lo paródico y del hecho de asumir la poesía como una herencia donde el autor contemporáneo puede entrar para establecer una complicidad sin límites, es la publicación de su libro A música muito além do instrumento (La música mucho más allá del instrumento, 2015), en donde termina usando versos de los más diversos poetas de la lengua portuguesa para lograr como resultado un texto suyo (es bueno aclarar que el verso que da título a la obra pertenece a Enriqueta Lisboa).
Con Deus devolve o revólver (Dios devuelve el revólver, 2020), y parafraseando desde la beatlemanía, Bonvicino alcanza un estadio superior de la acción poética, la crítica literaria brasileña ha definido este evento como “streaming de poesía con tratamiento sonoro”. En dicho álbum, se reúnen dieciséis nuevos poemas, leídos por el propio poeta, la soprano Caroline de Comi y el poeta norteamericano Charles Bernstein, un cómplice habitual en muchas de sus aventuras, y con quien desde el 2001 realiza el proyecto de la revista Sibila. Refiriéndose a la esencia de los textos que conforman ese libreto, Alcir Pécora expresó: “Estamos ante poemas de masticar ruinas de los centros de las grandes ciudades brasileñas, en particular de Sâo Paulo.”
Los poemas que en esta oportunidad ofrezco a los lectores de nuestra lengua, excepto “Para Darly”, pertenecen justamente a Deus devolve o revólver (2020), y de alguna manera percibo en ellos aquella sensación que una vez el propio Bonvicino dejo con esta frase que resumía su estado de ánimo a la hora de enfrentarse a el poema: “me sentía como si tuviera un clavo de alambre en la cabeza”.
* * *
Para Darly
A la manera de Creeley
Nada para un hombre sucio
solo agua en una cubeta
ni siquiera una mirada
manos sucias
aroma de
amantes tal vez
con los diez dedos y tener
al fin—
el cuerpo de esa mujer
Perspectiva
Muro bajo del cementerio
un gajo de la tipuana atraviesa el alambre de púas,
tumbas a la vista, altas
dos cruces de mármol
del lado opuesto de la calle
un hombre extendido en la acera
debajo de las rejas de la ventana del sótano
el chófer da la partida
un matrimonio: el marido empuja el coche del bebé
personas entran en el edificio de ladrillos a la vista
en la pequeña casa adosada: arreglos rápidos,
costurera en la máquina
un gavilán se posa en una antena
el hombre se levanta
mira para las rejas, orina en la pared,
pero una tienda cierra
la de alquiler de fantasías,
ropas para teatro y cine
un mendigo se apaga en esas líneas
otro reaparece en la escena
Audio
El sol de la mañana golpea en su cara
acostada en suelo
rente al muro del parque
hilos del cabello blanco escapan de la tiara
cabeza sobre el bolso
en frente a la torre del reloj de la estación
marpacíficos rojos
hileras a lo largo de las rejas
mano sobre el rostro
tal vez ella ha llegado en el último tren de la noche
tal vez ella no esté durmiendo
tal vez ella esté sin clientes
vestido largo gris
zapatos bajos, piel seca de los pies
tal vez ella esté camino del trabajo
tal vez ella va a coger el metro
la policía aquí no mata todos los días
al fondo palmeras en línea
mendigo negro, cabeza baja
de nuevo, sentado en el directorio
un ambulante vende agua
tal vez ella tenga escrito los versos:
“desatenta, fui castigada,
pasé la vida a lo largo”
tal vez ella tenga hecho algún dinero
tal vez ella sea figurante de un filme
tal vez sea una pancarta perdida
la luz, rasante, incide sobre las arrugas de su rostro
la mandíbula de una arara
un gavilán se posa en la copa de un cedro
más alto que los edificios
tal vez ella sea un ácaro o una carpa
espejos de agua
una golondrina, fosforescente, sobrevuela la reja
tal vez ella no sea más que un efecto del arte
tal vez ella no pase de un close-up
La nueva utopía (1)
La nueva utopía es una mariposa negra, arisca, con ojos exuberantes. La nueva utopía es a favor de la protección implacable de los animales. La nueva utopía es el coro afinado de los descontentos. Es un exguerrillero, de porte aventajado, hombre fuerte del Gobierno. La nueva utopía tiene informaciones privilegiadas, disponibles. Es un exleproso. La nueva utopía rechaza la figura de nuestra señora masturbándose. La nueva utopía defiende los derechos de las trabajadoras del sexo. La nueva utopía comulga, con moderación, ideas materialistas. La nueva utopía muere de pie. Es, al mismo tiempo, un duty free y un detox financiero. La nueva utopía es nuestro deber como ciudadanos. La nueva utopía exalta la sustentabilidad de las empresas. La nueva utopía sabe que se puede ser árabe y musulmán, árabe y no musulmán, musulmán sin ser árabe. Negro sin ser blanco, blanco sin ser negro. La nueva utopía es la libertad de expresión de Le Monde, reasegurada desde siempre. La nueva utopía es un ajuste de cuentas contra el oscurantismo de los otros. La nueva utopía rechaza ficciones políticamente útiles. La nueva utopía es un poco chiita, solo cuando resulta inevitable. Es un turista americano visitando el Museo Abu Ghraib. La nueva utopía tiene logo y eslogan, condena matanzas en la periferia. La nueva utopía emite repudios, lanza abajo rubricados; defiende el grafiti, la nueva utopía pliega la bicicleta. La nueva utopía es el respeto incondicional al enanismo. Condena corruptos. Es un exladrón. Tiene su propio diccionario. Piensa antes de actuar. Rechaza palabras y pide acción. La nueva utopía es un excojo. Es el ala abierta del vuelo. Showroom de exuberancias naturales. Es un cielo con nubes negras, bajo control. Es un estante con libros en cuarto de baño. Es la viuda de Jorge Luis Borges detallando su proceso de creación. La nueva utopía es un exsantero, un exborracho, es un ex exsucio. Es un blanco de alma prieta. La nueva utopía es aún el indígena de antorcha, haciendo política, diariamente, en las redes sociales. La nueva utopía es una exesteticista de uñas postizas. Es un espía cogiendo sol en un router. Es un exsalvaje. Es una exputa. Es un exputo. Es una entendida. Es un exparia. Es una miríada de franquicias de poetas premiados. Es un poema a la altura de su tiempo.
La nueva utopía (3)
La nueva utopía, si fuera preciso, muestra los dientes desordenadamente. Crea músculos ad hoc para cualquier acto, a cualquier tiempo. Es –en el buen sentido– histérica. La nueva utopía reprueba los pensadores en causa propia de Brasil. Un sintecho, para ella, es siempre una sucursal impuesta por Wall Street. Va contra el juego de palabras medio nazista still criollo y tropical opacity. Para la nueva utopía, tiempo es militancia y las hierbas medicinales brotan de las piedras. La nueva utopía rechaza versos superfacturados. Art para ella es el diminutivo de Arthur, en inglés sórdido. Para ella igualdad es diversidad y viceversa. Para la nueva utopía guacamaya prieta es araraúna y ave prieta es arauna. En el fondo, duda de que los museos sean útiles. Quien no está con ella es –con razón– un chupa pene de dictador. La nueva utopía condena, por un lado, a exroquera que se convierte en yihadista, pero se asume como el let’s rock the future. Danza bajo un dah-dun-dah-da. Dedo, sin guitarra, algunas notas. La nueva utopía condena la reducción escatológica digna de ángeles. Condena, también, un lance de Sodoma & Gomorra higt tech. A lo máximo tolera una alianza con la indie-burguesía. Coincide con el proverbio: “La mosCA COme a quién se hace de miel”. Protesta de pronto online, cuando lee una noticia de una nevera, flotando en el mar, llena de cabezas humanas hallada en cabo San Lucas. No se arrepiente de ningún post. No es heroísmo prêt-a-porter. es la épica del proscrito. Es multitud de acoso organizada contra el poder. Para ella cualquier día es histórico en sí mismo. Se manifiesta, en términos absolutos, contra el Machiavelli Parking. Está de manera ferviente a favor de la ocupación legítima de la tierra de Marlboro. Defiende el exilio-Instagram, en cuanto inevitable. Se ve, por otro lado, como un Tercer Comando Puro. Acepta, en parte, por varias razones, al bandido geek que hace selfies antes y después del asalto. Revela la rata que solo conoce un agujero. Para ella el mundo es ya apenas la sombra de sí mismo, sin punto final. Un epíteto, una despedida. La nueva utopía opta por un sepulcro bajo el sol. No mastica vidas pasadas. Protesta, al vivo, contra la mafia de los papa-difuntos. No da vueltas en torno de una única idea. No cava su propia tumba. La nueva utopía es al FMI, la liberación del hombre, del hombre ahora simple, finalmente verdadero, el hombre dejâ vu.
Ricardo Alberto Pérez (Arroyo Naranjo, 1963). Escritor y traductor. Es autor de los cuadernos de poesía ¿Para qué el cine? (Unión, La Habana, 2011) y Vengan a ver las palomas de Varsovia (Letras Cubanas, La Habana, 2013). En 2008 publicó la antología personal Los tuberculosos y otros poemas (Torre de Letras, La Habana, 2008). Ha traducido a Paulo Leminski y otros poetas brasileños. Fue miembro del grupo literario Diáspora(s).